domingo, 20 de marzo de 2011

¿Qué heridas abren los versos?… La poesía de Carlos Alcorta

Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959) 
es uno de esos autores actuales que más claramente viene sumando a esa rica tradición poética que nos sustenta el ánimo lector en estos tiempos tan menesterosos para la lírica. Tras una larga lista de título publicados desde 1986, sus tres últimas entregas evidencia un mundo poético que está alcanzando unos grados de madurez dignos de ser destacados entre las voces poéticas del momento: Trama (Algaida, 2003), Corriente Subterránea (DVDpoesía, 2003), Sutura (Hiperión, 2007) y Sol de resurrección (Calambur, 2009). Alcorta es, visto así, un poeta que unifica su mundo poético no en torno a una continuidad de obsesiones más o menos circunstanciales y adscritas a modas o tendencias de cada momento, sino mediante una visión de mundo constante y unitario. Su poesía es un esfuerzo cabal que busca un lenguaje tan propio en su escritura como ajeno en su lectura. Para ello elabora sus poemarios en torno al concepto sintetizado con toda su potencia significativa en el título.
Trama es el primero de los libros señalado: tras una arquitectónica construcción de su conjunto, sus divagaciones reflexivas- hilos- atraviesan y se cruzan (entre la experiencia directa o entre la estrictamente poética) en una urdimbre de conclusiones que, en su permanente tanteo sobre la propia textura del lenguaje,  confecciona la tela del poema- la trama-. Pero, además, el término  también nos lleva a los límites de lo artificial, de la confabulación o de la especulación si llega el caso. En el desmembramiento de tan confusa delimitación de la escritura como procedimiento de autoanálisis y autoevaluación de uno mismo en sus circunstancias (la mayoría de ellas adversas), comienza el libro con su primera parte, titulada «Extensión de la verdad» y es la frontera de la conciencia de la existencia del otro (predominantemente la amada) lo que abre el límite de los sentidos y cierra las posibilidades reales de los deseos, siempre en disonante ritmo al de la realidad: «La frontera es padecer en silencio / la infamia del fracaso, resignarse / a no tenerla nunca porque sabes / que ella le quiere, y te basta con eso». Ese mundo de los sueños se acaba transformando en acuoso elemento que recorre, los resquicios del yo y de su memoria efervescente entre ese líquido del tiempo, por eso «cercas el agua y anega los prados / de la infancia», como si las especulaciones de juventud se fueran
 diluyendo, gota a gota, hasta calar el ánimo y la templanza de su canto.


Pero esa confabulación nos lleva a una progresiva transformación de nosotros mismos mediante la pretensión de la escritura. Mediante el lenguaje desvelamos nuestra identidad más enigmática: vernos desde una lejanía nos confiere un dudoso control de nosotros mismos, pero también nos da cierta certeza de estar cercando la vida con un prisma preparado para tan caudalosa hemorragia de tiempo, de ahí que afirme que  «el extraño  efecto de ver en frente / de mí lo que tal vez no veo sino / con el ojo interior de la memoria». Por eso la segunda parte del libro se titula «Puntos de vista», como las siguientes serán «Lazos familiares» y «Bancos de niebla», que se cierra con un poema cuyos dos primeros versos remiten a aquella primera constancia de los límites: «La luz nueva del alba fugazmente / invade las fronteras sometidas del sueño».
Ese viaje en el que muchas veces el poeta se refiere a sí mismo como náufrago en busca de un navío extraviado en la tela de esa trama diaria, encuentra en la alteridad un nexo de unión con su propia experiencia: Corriente subterránea destaca por su particular visión del manido monólogo dramático, pero, sobre todo, nos embarca en una travesía con diferentes puntos de vista o vivencias que, arrastradas por igual por esa corriente que nos invade, nos destrona de los sueños y nos deja varados en las orillas de una habitación, sumidos en soledad. El libro, pues, nos presenta personajes conocidos que, como tantos otros, fueron ilustres derrotados del tiempo, pues también sus barcos fueron víctimas de «Esa invertebrada y turbia corriente / que hasta el mar del olvido arrastra restos». La piel, como la memoria, son los más castigados por esa fuerza desgastadora del día a día.     
Pero si sus dos anteriores poemarios rozaban una perfección estructural que cabría analizar con más detenimiento, el último de esta trilogía- Sutura- es, precisamente, un canto a la reconciliación, como si el poeta necesita cerrar heridas del pasado, y el auténtico camino del equilibrio fuera el de la meditación sin rencores hacia uno mismo o hacia aquellos que abriendo, por primera vez, la dolorosa herida de nuestros desengaños: «Implícito en el juicio la piedad, / como un sudario, arropa / el invierno del hombre que medita». Porque Carlos Alcorta es un poeta que aporta un tono poético de excelente claridad, en el que la aparente sencillez de su forma contrasta con la profundidad de sus reflexiones, dejando siempre que el lector guarde para sí la última palabra, el veredicto final sobre una poesía cuyos matices brillan, suman, emocionan hasta dejarte lleno de pretextos para seguir leyéndole, capitulando también, ante su preciso manejo del verso.

Carlos Alcorta leerá poesía en el Aula de Poesia de la Universitat de València el próximo 11 de mayo.

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